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viernes, 19 de febrero de 2010

EL BENAJUT


Benajut es un antiguo poblado de origen musulmán situado en las proximidades de Ubrique (Cádiz). En este artículo de la Voz de Cádiz nos deleitaremos con la vida cotidiana de estos dos personajes que viven aislados y lejos del mundanal ruido.
Hoy en día resulta complicado concebir la vida sin las comodidades propias de los tiempos que corren. Vivir unos minutos sin luz, gas, televisión, teléfono, agua corriente o calefacción puede llegar a ser un suplicio que evidencia, además, una gran dependencia.
Roque y Currillo a secas, porque en estos lares no se estilan ni los apellidos, viven en una finca apartados totalmente de la civilización y acompañados sólo por algunos perros y gatos fieles. Para acceder a El Benajut hay que andar un par de horas por la montaña, sin caminos o senderos marcados y por unas veredas que cuentan con una gran pendiente. Ellos sólo abandonan el poblado, de tarde en tarde, para acudir a alguna cita con el médico o arreglar algún papel.
Roque llegó a El Benajut hace 35 años y Currillo hace 39. Roque nació hace 66 años en la finca del Zarzalón, muy cercana a Ubrique, y Currillo en el Cortijo de la Parra, en Prado del Rey, «en medio de un corral de cabras», recuerda.
La casa en la que viven desde hace décadas es oscura incluso a plena luz de cualquier día soleado. Las paredes se encuentran teñidas del tizne que desprende la chimenea y el salón hace las veces de zona de estar y de pequeña cocina en la que sólo hay un camping gas, un cazo y un par de platos. Al fondo de la estancia se vislumbra una despensa abierta en la que están los víveres que va dando el campo, un poco de vino y la comida justa para pasar un par de días. Colgado del techo coronan la habitación unos cuajos, buches de chivo venidos de Extremadura que son el secreto del queso artesanal que ellos hacen y que es un deleite para sus amigos, quienes organizan excursiones para poder probarlo.
Tanto Roque como Currillo se levantan con la luz del día, no tienen ni siquiera despertador, a menos que «las cabras estén pariendo que entonces se madruga», asegura Roque. En ese momento comienzan a trabajar cuidando el poco ganado que tienen, su huerto y manteniendo la finca; esas labores se prolongan todo el día. Ambos valoran de su vida la libertad: «Aunque no paremos durante todo el día, no hay nadie que nos mande», dice satisfecho Roque. Además tienen un respeto tal por la vida que aseguran que ni siquiera matan un pollo para comérselo, a menos que tengan una ocasión especial en la que la visita de alguien les haga ofrecer lo mejor que tienen.
El agua que utilizan la toman de nacimientos cercanos y tratan de cuidar y mantener el medio en el que están viviendo. No obstante, Currillo asegura, ajeno a corrientes modernistas sobre el cambio climático, que aunque no sabe qué lo está originando, también da un diagnóstico pesimista: «Está claro que la cosa ha cambiado mucho y no sabemos hasta donde vamos a llegar, aunque me temo lo peor». Como prueba asegura que él observaba antes a una treintena de jabatos por la finca y ahora sólo quedan seis; de ocho a nueve colleras de corzos se han pasado a un par de ellas; no hay apenas zorzales y antes los había a cientos; e incluso este año «sólo se escucha berrear a tres ciervos y antes había muchos más».
Una de las únicas pegas que encuentran a vivir de esta forma es la falta de una asistencia médica próxima: «Nos encontramos dejados de la mano de Dios en cuanto a una posible emergencia sanitaria o de cualquier otro tipo», se lamenta Roque. No obstante, ambos se muestran convencidos de que si tuvieran que salir de este entorno en el que viven no podrían superarlo: «Nos moriríamos al día siguiente». Currillo describe sus sensaciones cuando sale a algún pueblo como Ubrique, Benaocaz o Villaluenga: «Me pongo malo con el trasiego de coches y el humo, ya que no puedo soportarlo». Este último asegura que sus salidas de la finca son en su mayoría por motivos médicos: «Me han tenido que operar del estómago y he estado malo de neumonía, pulmonía e incluso de los ojos».
Aunque Curro tiene familia por toda España él está totalmente decidido a no dejar nunca El Benajut. Cuando va a subir a Ubrique utiliza su burro para desplazarse por la montaña y después para al primer coche que pasa por la carretera para pedirle que lo lleve. No obstante sí que conoce otros lugares de la provincia: «Fui a ver el mar pero eso no es lo mío, yo prefiero mi montaña y mi campo».
Ellos no son los propietarios de esta finca pero si los que la mantienen a cambio de cuatro duros, un techo y sacar algo de provecho a la misma. Parcelas de este tipo se han mantenido durante años gracias al aprovechamiento del corcho, el ganado o el carbón. Unas fuentes de ingresos que en algunos casos han desaparecido y en otros están a punto de hacerlo. Esto supone que cada vez son espacios menos rentables para sus propietarios, que tienden a abandonarlos.

El esfuerzo de Roque y Curro no es en balde porque permite acercarse a un lugar que cuenta con varios siglos de historia y que pervive sobre los restos de los antiguos poblados musulmanes y romanos.

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