Ya hacía tiempo que no hacía una salida al campo de las que estaba acostumbrado hace unos años. Me refiero a las largas y durillas. La edad y una que otra díscola hernia me habían retraido un poco. Pero mira por donde, este pasado domingo, me lié la manta a la cabeza y afronté el reto de participar en esta excursión organizada por la asociación senderista Caminete de Luna con sede en Jimena (mi pueblo).Salimos tempranito de Jimena en dirección a San Pablo de Buceite. El punto de reunión en la venta de Chinela, a la orilla del Guadiaro. ¡Qué buenos recuerdos! Allí, en el mes de agosto, ¡cuántas veces me he bañado siendo pequeño!. Aunque también viví momentos trágicos como cuando se ahogó un chavalillo que era sordomudo.
Hicimos trasbordo al coche de Currini que venía de Torreguadiaro. El cuerpo no lo llevaba yo muy católico. El día anterior había estado tapeando y ya se sabe. El coche enfiló la subida a Gaucín, que siempre me ha gustado por sus espectaculares vistas. Y empecé a acordarme y a sentir lo que Paco Gandía nos contaba de aquel día caluroso en la plaza de toros. Un sudor frío corría por mi frente y todo acabó al llegar a la Estación de Cortes. Largué lo que no hay en los escritos.
Dejamos los coches y la primera visita la hacemos a la obra de ingeniería para el trasvase del Guadiaro al Majaceite. Entre el hambre que me entró y el frío que hacía, las piernas empezaron a flojearme. Pensé en esos momentos que todo se fastidiaría. No obstante, hice de tripas corazón y tiré pa´lante. Atravesamos un pequeño puente e iniciamos la marcha propiamente dicha.
Los subibajas eran constantes. Juan Manuel, Currini , yo y, a veces, Raúl, formamos un pequeño grupo que se tomó la cosa con calma. Sacamos fotos, cogimos bellotas y sobre todo, mantuvimos una amena charla, especialmente los dos primeros, que son un libro abierto de anécdotas y vivencias. El paisaje muy bonito. Aunque desgraciadamente parece que por aquí hubo un incendio que acabó con enormes ejemplares de encina. Algunas se resisten a morir y son capaces de dar señales de vida en forma de rebeldes metidas.
El río corre encajonado formando hoces. Me llamaron la atención los espectaculares pliegues del terreno, señal de la actividad interna de la tierra que pisamos, en épocas lejanísimas en el tiempo.
Cuando peor lo estaba pasando, aparece Juani ofreciendo las exquisiteces de Benarrabá.¡Qué pedazo de chorizo y qué salchichón! Me repuse totalmente para todo el día. Se acabaron los problemas. El resto del trayecto fue coser y cantar.
Como íbamos a nuestro aire, nos despistamos y nos desviamos por un camino que nos condujo a las ruinas de un caserío habitado, en esta ocasión, por unos hermosísimos cochinos autóctonos que degustaban plácidamente las exquisitas bellotas que en abundancia regaban el suelo. Aquí Juan Manuel disfrutó con su cámara para dejar en su memoria estos momentos.
El final de los 10 kilómetros del recorrido acabó en cuesta abajo, sobre todo, a partir de una casa construida totalmente de piedra. ¡Qué pena que se pierdan estos vestigios de una no muy lejana época ! Aquí tuvo que trabajar duro la gente para salir adelante. Nos llamó la atención la cocina y el poyete donde dormiría el gañán, la chimenea, los pesebres... En una habitación, de techos hundidos, todavía descansaba una vieja y oxidada cama de hierro.
Dejamos las mochilas para afrontar una empinadísima cuesta abajo jalonada de retamas.Y, después de cabrear un poco por unas rocas, llegamos a la meta final, que era el Puente de los Alemanes. Sacamos fotos y admiramos el gigantesco cañón, obra inmensa, esculpida por la naturaleza a través de los siglos. ¡ Y quedaba la vuelta! Pero mereció la pena porque superamos este pequeño reto y por haber pasado un día en amigable compañía, alejados del mundanal ruido.
¡Hasta la próxima amig@s!
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