La predicción de buen tiempo, para este miércoles pasado, hizo decidirme a dar una vuelta por Jimena. El día resultó fresco, pero agradable para caminar. Tenía ganas de ver el campo después de tanta lluvia. Verde, por supuesto, escurriendo agua. El aire limpio. Un placer recorrer los alrededores.
Nada más llegar, subimos al pueblo. Nunca mejor dicho lo de subir. Jimena es todo cuestas. Es una buena pista de entrenamiento para los senderistas. Así que, como siempre, evito el coche y me adentro en sus empinadas calles y aprovecho cualquier sitio que me permita otear el paisaje. Unas veces, los retengo con mi cámara; otras, en mi retina.
Cuando vuelvo a Cádiz echo de menos los kilómetros de horizonte que aquí tengo. ¡Qué contraste! En la ciudad me asomo a la ventana y sólo atisbo cemento, palomos de asfalto y alguna que otra gaviota.
Después de llegar cerca del castillo, nuestra intención era bajar hasta la Pasá Alcalá y recorrer los alrededores. Así lo hicimos.
El río ha bajado su caudal aprovechando la tregua de las lluvias. Baja, como es de suponer, sin su color habitual. Baja turbio, con fuerza y dejando rastro de su poderío.
En el puente entablo conversación con un pastor. Me comenta que tanta lluvia afecta a las ovejas. Sufren en la piel el exceso de agua.
Aprovecho el momento para sacar unas fotos del río. Mientras, las ovejas, discurren tranquilamente en su caminar-comer, cercanas a la orilla. El perro pastor las vigila pacientemente desde la atalaya del puente.
A lo lejos, sobre los tajos cercanos al castillo, los pajarracos se deslizan, aprovechando las corrientes cálidas de aire. Parecen barcos, con todo su velamen desplegado, empujados por el viento.
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