Mis primeros "pinitos", en esto del senderismo, los realicé en el Club Montañero "Sierra del Pinar" de Jerez de la Frontera. Allá por los años setenta y tantos. No hubo rincón de la Sierra de Grazalema que no pisáramos. Más tarde conocí en Cádiz, a un grupo heterogéneo de aficionados a esto de salir al campo. Además eran ecologistas. Luchaban por concienciar a la gente de los peligros que acechaban si no tratábamos bien nuestro entorno natural. Me gustó el tema y me uní al grupo. Se llamaba "Araucaria" Formaba también parte de la Federación Ecologista-Pacifista. Nos reuníamos en un modesto local de la calle Flamenco. Allí debatíamos sobre la problemática medioambiental y además, organizábamos actividades. Las rutas por el campo a pie o en bici fueron numerosas. Tantos amigos y amigas querían unirse a esas actividades que, en varias ocasiones, tuvimos que fletar un autobús para atender a la demanda.
Todo esto viene a colación de que he encontrado unas diapositivas de aquellos tiempos. Nada menos que de la travesía integral de la Garganta Verde.
A cinco km. de Sahara de la Sierra, en dirección al Puerto de las Palomas, está el inicio de la ruta. Hay una bajada, de enormes escalones, que nos llevará hasta el río.
La Ermita ( la imagen no es buena, pero muestra la grandeza de aquel lugar comparándola con el tamaño de los senderistas. Aquello es una inmensa cueva. El agua y cientos de años son los autores de esta belleza.
El tobogán
rappeleando
El cañón se estrecha tanto que, en algunos momentos, con los brazos en cruz, podemos tocar las dos paredes.
Vean y comparen ( con la foto de abajo) cómo ha cambiado el material utilizado en la bajada de barrancos, con el paso del tiempo. Yo llevo, en vez de casco, una gorrita marinera. Y, ¿qué me dicen de los pantaloncitos cortos, tan lejos de los neoprenos actuales?
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A partir del último rappel, encontramos la parte en la que el río Bocaleones brota del mismo suelo y de las paredes.
El último tramo del cañón apareció totalmente cubierto de agua. Unos pocos, entre los yo me encontraba, dejamos las mochilas y la ropa. Nos tiramos al río, dejándonos llevar plácidamente hasta el final del trayecto.
Y lo pasamos mal cuando tuvimos que volver por el material. Estaba oscureciendo, descalzos, mojados y el camino lleno de zarzamoras. Pero todo acabó bien. Y me quedó buen recuerdo. Que lo cuente ahora, al cabo de tantos años, lo demuestra.
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