Después de recorrer la zona, y de fotografiar todo lo que pude de aquel paraje natural, me senté a la sombra de un pequeño alcornoque. Hacía un calor sofocante. Me preguntaba que dónde estarían las tumbas porque no tenía ni idea. Decidí reponer fuerzas para, en una segunda parte, buscarlas. Tuve suerte porque sin saberlo me había sentado a dos metros de las mismas. Están al final de la laja, a la altura más o menos de unos eucaliptos. Aparecen cubiertas de vegetación. Un acebuche a prendido dentro de una. La otra, que mide unos nueve pies(de los míos, talla 42) está llena de arena y con flores como si de una maceta se tratara. Quité un poco de arena para que se viera mejor en las fotos.
Este acebuche no ha encontrado mejor sitio para crecer que una tumba.
Sobre una hay tallada esta cruz.
El agua ha modelado el entorno de este paraje singular.
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